El último libro de Ernest Hemingway, Across the River and Into the Trees, fue recibido con frialdad cuando se publicó. Muchos críticos lo tacharon de fallido, tal vez porque no era lo que esperaban del autor. Este fenómeno no es extraño en el mundo del arte: cuando un creador desafía las expectativas, su obra suele ser incomprendida. Algo similar ocurrió con La Gran Fuga de Beethoven. El dilema del artista reside en encontrar un equilibrio entre la seguridad del nicho que le otorga éxito y el impulso de experimentar y trascender los límites. No es casualidad que los talentos más audaces, aquellos que se arriesgan a innovar, rara vez sean comprendidos plenamente en vida.
Con el paso de los años, Across the River and Into the Trees ha ganado reconocimiento, lo que hace que este sea un momento propicio para su adaptación cinematográfica. El guionista Peter Flannery ha realizado ajustes sutiles para que los elementos que en la novela eran meramente decorativos no distraigan de su esencia. La directora Paula Ortiz, conocida por su capacidad para crear ambientes cargados de sensaciones sin perder claridad narrativa, es una elección perfecta para este proyecto. Venecia, siempre majestuosa, cobra aquí una dimensión adicional como escenario de sueños de hombres moribundos, fortaleciendo la atmósfera de la historia.
Hemingway escribió este relato inspirado en su relación con Adriana Ivancich, una aristócrata mucho más joven. La novela y su adaptación cinematográfica giran en torno al coronel Cantwell, interpretado por Liev Schreiber, un héroe de guerra envejecido y enfermo que, a pesar de su deterioro físico, acepta su mortalidad con serenidad. A su lado está el joven soldado Jackson, interpretado por Josh Hutcherson, un subordinado fiel pero ingenuo. En Venecia, Cantwell conoce a Renata, una joven condesa interpretada por Matilda De Angelis, y aunque ella está a punto de entrar en un matrimonio arreglado, la relación entre ambos se convierte en el eje emocional de la historia, reviviendo en Cantwell un último deseo de saborear la vida.
La adaptación de Ortiz se centra en las conversaciones y deambulares románticos entre Cantwell y Renata, lo que da a la película una pátina melancólica. Sin embargo, en este enfoque se pierden algunos de los aspectos más profundos que hicieron de la novela una obra singular, pese a sus notables imperfecciones. El libro de Hemingway está tejido con los recuerdos fragmentados de Cantwell, recuerdos que exploran no solo su vida, sino temas universales: la guerra, el perdón, el arte, y las contradicciones humanas. Estas meditaciones, expresadas en un lenguaje que roza la simplicidad extrema, forman la esencia del personaje y su visión del mundo. Adaptar todo esto al cine de manera literal habría sido una tarea casi imposible, así que Ortiz y Flannery optan por un diálogo más naturalista y eliminan buena parte del juego de memorias que sostiene la novela.
En lugar de los extensos recuerdos del pasado, la película ofrece un par de flashbacks clave que muestran un sangriento enfrentamiento bélico. La decisión es comprensible desde una perspectiva técnica, pero el resultado final, aunque correcto, se siente algo mundano. La cinta recuerda por momentos a las películas Before de Richard Linklater, pero carece de la frescura improvisada que daba a esas obras su urgencia emocional.
Aun así, Across the River and Into the Trees tiene su encanto. Venecia se presenta con todo su misterio intacto, sus sombras y colores profundos añaden una atmósfera que invita al espectador a imaginar lo que está fuera de cuadro. De Angelis brilla como Renata, capturando su etérea juventud y aportando una profundidad que la novela solo sugería. Schreiber, por su parte, es siempre un placer de ver; ha ganado atractivo con la edad, y su presencia en pantalla sigue siendo magnética, incluso cuando los grandes papeles se han vuelto más escasos.
La relación entre Cantwell y Renata se ha suavizado en esta adaptación, probablemente para evitar que el público moderno se sienta incómodo con un romance entre un hombre de 51 años y una joven de 18. Sin embargo, el contraste entre ambos era central en la obra de Hemingway: Renata es el símbolo de la renovación para Cantwell, y a través de ella él «renace» en sus últimos días. Ortiz mantiene esa conexión emocional, creando una química palpable entre ambos personajes que culmina en un trágico, pero conmovedor, acto final.
La película logra un golpe maestro en su desenlace. Cuando Cantwell se sienta junto al lago observando a los patos volar, el formato de la pantalla se expande, como si finalmente pudiera ver el panorama completo y aceptar su destino. Es un final poético para una historia cargada de melancolía. A pesar de que esta versión cinematográfica omite algunos de los matices más vitales de la novela, sigue siendo una experiencia emotiva que refleja con dignidad la visión de Hemingway.
Across the River and Into the Trees es, en última instancia, una meditación sobre la vida, el amor y la muerte. Aunque la adaptación de Paula Ortiz no alcanza la complejidad de la novela, logra capturar su espíritu esencial, ofreciendo una película bella y triste, que nos invita a reflexionar sobre los inevitables ciclos de la vida.
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