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El vuelo secreto de Rudolf Hess: Una misión aún sin aclarar

Setenta y seis años después del final de la Segunda Guerra Mundial, muchos documentos sobre el enigmático “caso Hess” permanecen bajo llave porque el Foreign Office británico considera que todavía “ponen en peligro la seguridad nacional”.

INTERESANTE

Y las preguntas sin respuesta se acumulan: ¿Por qué la mano derecha de Hitler voló a Escocia en plena guerra?, ¿qué mensaje llevaba?, ¿por qué fracasó su misión?, ¿estaba involucrado el Servicio de Inteligencia británico?, ¿actuó Hess por su cuenta o con el consentimiento de Hitler?, ¿por qué nunca se le mostró en público?, ¿por qué se le internó tras la guerra en una cárcel para él solo?, ¿cómo murió?, ¿se suicidó o fue asesinado? Ésta es la historia de un demencial vuelo que aún sigue sin aclararse.

¿Quién era Rudolf Hess?

Rudolf Hess nació en Alejandría el 26 de abril de 1894. Su padre era un próspero comerciante de Baviera y visitaban asiduamente Alemania. Su madre era británica, de origen griego. En la Primera Guerra Mundial, peleó como soldado de infantería en Ypres, Verdún y los Cárpatos donde fue herido y condecorado. Acabó la guerra como aviador, a los mandos de un Fokker en Bélgica donde consiguió la Cruz de Hierro de segunda clase. Se instaló en Múnich y estudió Historia y Ciencias Económicas. Allí conocería a Hitler en 1920 y su vida cambiaría para siempre.

A partir de ese primer encuentro, Hess tiene otro propósito en la vida. Estar lo más cerca posible de Hitler. Le asesoró en escritura y oratoria. Su «fanática dedicación» molestó a los primeros nacionalsocialistas, en especial al ala izquierda del partido. Los rumores no tardaron en aparecer y la obsesión del segundo por el futuro führer le hicieron ganarse el sobrenombre de Fräulein Hess (Señorita Hess). Desmovilizado y con el negocio familiar egipcio confiscado por los Aliados tras la Primera Guerra, Hess pasó a engrosar la masa de ex soldados amargados por la derrota. En Baviera se apuntó a la Sociedad Thule de extrema derecha y antisemita y frecuentó otras malas compañías, como el Freikorps del general Von Epp, hasta llegar a la peor. En 1920 escuchó a Hitler en un mitin cervecero y quedó prendado para siempre. Hasta su muerte en Spandau siguió afirmando que el líder nazi había sido el hombre más grande que había dado Alemania.

A lo largo de la década de los veinte, mientras Alemania se sumía en una crisis económica sin precedentes, el alemán contrajo matrimonio con Ilse Pröhl —una compañera de estudios en la universidad— e incluso estuvo en la cárcel junto con su fiel amigo por el Putsch de la cervecería. La pasión que sentía Ilse por su esposo, empero, no era recíproca. El hecho de que tardaran diez años en tener un hijo no hizo sino aumentar los rumores sobre su homosexualidad.

Antisemita de primera hora, participó en la intentona golpista de Munich de 1923. Compartió cárcel con Hitler, tiempo que ambos aprovecharon para redactar el panfleto «Mein Kampf» que sólo Hitler firmó. Desde 1925 Hess actuó como secretario de Hitler.

Pasaron 13 años de amistad bajo la sombra de la política hasta que en 1933 Hitler fuera nombrado canciller. En abril, el führer confió en Rudolf Hess para ser su lugarteniente y ocupó cargos en departamentos como Asuntos Exteriores, Finanzas, Salud, Educación y Asuntos Jurídicos. Con la llegada al poder de los nazis se convirtió en el virtual número dos del régimen, jefe del partido.  

Hess, tímido e inseguro, no era un tipo muy brillante, pero compensaba a Hitler con su fidelidad y veneración y haciéndole de telonero en sus grandes baños de masas. Fue la primera persona en utilizar las expresiones “Mein Führer” y “Heil Hitler”

El vuelo de Hess

Mayo de 1941. Primavera en Europa. Son días en los que Alemania pisa fuerte en Europa. Hitler está a punto de invadir la Unión Soviética en el frente del Este, pero no todo ha sido maravilloso en el Oeste: en la Batalla de Inglaterra no pudo doblegar a los porfiados británicos, azuzados al aguante por su primer ministro, Winston Churchill, quien es reacio a una negociación de paz con los alemanes, un objetivo que el Führer quería alcanzar, porque en el fondo su intención no era apoderarse de las islas británicas, a quienes respetaba enormemente, sino sacarlo del juego de la guerra con un tratado de paz.

Hess no compartía el entusiasmo de los nacionalsocialistas por iniciar la Operación Barbarroja, la invasión a URSS. Aquel movimiento supondría la creación de un segundo frente en el este, y al lugarteniente le preocupaba que Alemania desgastara excesivamente sus recursos.

La noche del sábado 10 de mayo de 1941, el número dos del Tercer Reich, secretario de Hitler y jefe del partido nazi, Rudolf Hess, salió de su casa en Munich al aeropuerto de césped de Augsburgo, desde donde parte a Escocia a las 5:30 de la tarde.  se lanza en paracaídas sobre Eaglesham, zona próxima a Glasgow. El avión, un caza Messerschmitt Bf 110D, que había estado aprendiendo a pilotar desde otoño de 1940, desarmado y con dos depósitos suplementarios de combustible bajo las alas, que le brindaba un alcance de 2.500 kilómetros de recorrido, se incendia al estrellarse. Son las 11.09 de la noche.

Al caer, Hess se disloca un tobillo y es apresado por la Home Guard, fuerza británica de reservistas locales. Tiene 48 años y, aunque piloto experimentado, es su primer salto en paracaídas. Cuando le detienen se presenta como capitán Alfred Horn, encargado de una “misión especial”, y pide ser llevado ante el duque de Hamilton, cuya mansión, Duganvel House, está situada a unos quince kilómetros.

El duque, además de ser un personaje influyente del establishment británico, amigo de la familia real y miembro de la Cámara de los Lores, es comandante de Ala de la Royal Air Force (RAF), y esa noche está de guardia en la sala de control de operaciones del sector en donde ha caído el avión alemán.

El detenido es conducido a la enfermería de Maryhill Barraks. Allí le vacían los bolsillos y le quitan lo que lleva, incluida una carta al duque de Hamilton. El duque acude la mañana del 11 de mayo a ver al capturado, que se cuadra ante él y se presenta con su verdadero nombre: “Soy Rudolf Hess”.

Se habían conocido durante los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. Hamilton reconoce a Hess y escucha sus palabras. El alemán dice venir a proponer la paz a los británicos. El Führer, añade, no quiere la derrota de Inglaterra y desea acabar la lucha. Dice también que su vuelo ha sido el cuarto intento de llegar a Gran Bretaña y que los tres anteriores fracasaron por el mal tiempo. Su presencia, como ministro del Reich, y los riesgos que ha desafiado son garantía de buena fe.

Hamilton, flemático, admite a su interlocutor que haber desafiado las defensas antiaéreas británicas y saltar en paracaídas por primera vez y por la noche con 48 años supone, si no una garantía, por lo menos una hazaña, pero que él no tiene autoridad para discutir las propuestas alemanas. Hess pide que las negociaciones se emprendan lo antes posible, pero su interlocutor se marcha sin prometerle nada.

Aquel mismo día, Hamilton solicitó audiencia al subsecretario de Estado del Foreign Office, Alexander Cadogan, pero este le respondió que no podría verle hasta al cabo de diez días. Desconcertado, se dirigió directamente a Churchill, que le recibió tras hacerle esperar varias horas. Por fin, el duque pudo comunicarle lo ocurrido. La respuesta del estadista se saldó así: “El gusano está dentro de la fruta”.

Los británicos no parecían tener ninguna prisa en hablar con Hess. El 12 de mayo, Hamilton regresó a Londres con el primer ministro, y Cadogan delegó en Ivonne Kirkpatrick, que había sido secretario de Embajada en Berlín, el trato con el prisionero.

Kirkpatrick y Hamilton se entrevistaron con el alemán, y este repitió durante casi dos horas los motivos de su viaje. Hess criticó la hostilidad inglesa hacia Alemania, que a su juicio había provocado las dos guerras mundiales, y manifestó su extrañeza por esta oposición sistemática a la potencia más fuerte de Europa. Una completa derrota británica, dijo, repugnaba a Hitler, que consideraba a ingleses y alemanes hermanos de raza.

La solución que Hess proponía de parte del Führer era que Londres dejase “manos libres” a Alemania en Europa, a cambio de que los británicos siguieran conservando su imperio. También dijo que se requería el cambio de gobierno: Hitler no estaba dispuesto a negociar con Churchill, a quien acusaba de pretender la destrucción de Alemania y ser el causante de la guerra.

Otras versiones señalan que Hess propuso una “paz-empate” a Gran Bretaña, a condición de dejar libertad de actuación a Alemania frente a la URSS, considerada entonces el verdadero enemigo.

En los días sucesivos Hess fue continuamente interrogado, lo que hizo mella en su ánimo. La actitud inglesa le parecía ultrajante. Las conversaciones, si es que alguna vez empezaron, se extinguieron sin resultado. Hess fue considerado un prisionero de guerra sui géneris y puesto en manos de psiquiatras, que le sometieron a repetidos exámenes de resultado impreciso. Incluso cabe la posibilidad de que le administraran drogas inadecuadas que deterioraron su salud mental.

Churchill, que el 17 de mayo había escrito al presidente estadounidense Roosevelt: “Parece que [Hess] goza de buena salud; no está exaltado ni presenta ninguno de los síntomas ordinarios de locura”, se desdijo luego en sus Memorias al decir: “Era un caso clínico, y no criminal. Hubiéramos tenido que tratarle en tal sentido”.

El Führer recibió la mañana del día 11, en su residencia de Berghof, un delgado sobre que le entregó el ayudante de Hess. Dentro del mismo había dos cuartillas. Cuando las leyó exclamó: “¡Dios mío! ¡Ha volado a Inglaterra!”. Decía: «Y si este plan —que, lo admito, no presenta sino una débil posibilidad de éxito— termina con un fracaso y la suerte me es adversa, ni usted ni Alemania tendrán que padecerlo: siempre os será posible declinar toda responsabilidad. Dígase simplemente que he perdido la razón».

En otro sobre recibido la tarde del día 10, pero que aún no había sido abierto, Hitler encontró una larga carta de Hess explicando los motivos de su acción. En la misiva decía que volaba a Escocia para entrevistarse con el duque de Hamilton e intentar llegar a una paz con Inglaterra antes de que empezase la guerra contra la URSS. También prometía no revelar a los ingleses los planes de la proyectada invasión.

Hitler se mostró nervioso y desconcertado, ya que eran evidentes las catastróficas consecuencias que tenía para el Reich la posible captura de Hess. Temía sobre todo que le administraran una droga y le obligaran a decir ante un micrófono cualquier cosa.

Se inició de inmediato una investigación y se descubrió que el avión utilizado por el viceführer se lo había proporcionado el propio fabricante, Willy Messerschmitt. Además, Hess se había guiado en su vuelo por el sistema de navegación aérea por rayos Y que utilizaban los bombarderos alemanes, pero aún se ignoraba si había sido capaz de aterrizar en Inglaterra, porque los británicos guardaban silencio. Hess se había preparado seis meses antes estudiando el mapa del nordeste de Europa y el mar del Norte.

Hitler temía que Londres comunicara al mundo que Hess traía una propuesta de paz por separado entre Alemania y Gran Bretaña, lo que hubiera deshecho la unidad del Eje. Así pues, los alemanes difundieron un comunicado que anunciaba oficialmente la desaparición de Hess a causa de “un desorden mental”.

Horas después, la BBC rompió su mutismo para decir que el ministro alemán había saltado en paracaídas sobre Escocia dos noches antes, y Hitler pareció aliviado. “En esta ocasión –diría más tarde a Goebbels, el ministro de Propaganda nazi– los ingleses perdieron la mejor oportunidad política que les fue deparada en el curso de la guerra.”

Resulta extraño que los británicos no utilizaran el suceso como arma de guerra psicológica y propagandística contra el Eje, pese a las ventajas que les hubiera reportado presentar el viaje del número dos de Hitler como una deserción. Pero también es cierto que la pretendida locura de Hess resultó útil para justificar la negativa de Londres a toda negociación y para no alarmar a los aliados.

Por otra parte, persiste el misterio de hasta qué punto Hitler estaba al corriente de los propósitos de su lugarteniente. Hess estuvo preparando el vuelo durante varios meses, lo cual hubiera sido imposible sin su consentimiento. Tampoco hay que olvidar que antes del 10 de mayo hizo tres intentos frustrados. Es casi seguro, por tanto, que Hitler conocía la misión, aunque quizá ignorase la fecha exacta en que se llevaría a cabo.

El fin de Hess y las dudas

El exlugarteniente permaneció en prisión hasta la caída del Tercer Reich. Para los juicios de Nuremberg, lo trasladaron hasta allí, instalándole en la Prisión de Landsberg. Hess, que estuvo encerrado en un calabozo en Gran Bretaña hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, fue transferido tras los juicios a la cárcel de Spandau, en Berlín, donde permaneció solo hasta su muerte, el 17 de agosto de 1987. Su sentencia había sido cadena perpetua. Ese día, a la edad de 93 años, tomó un cable de extensión de una de las lámparas, la colgó sobre el pestillo de una ventana y se ahorcó. Cuando falleció, su familia hizo grabar la siguiente frase en su lápida, no sin un gran revuelo social previo: «Me atreví». Su tumba fue desmantelada, sus restos fueron exhumados en la madrugada del 20 de julio de 2011 del cementero de la localidad de Wunsiedel. El motivo, acabar con los homenajes y peregrinaciones que los neonazis organizaban cada agosto en el lugar para conmemorar su muerte.

La relación entre Hitler y Hess ha dado mucho de qué hablar. Tanto que incluso se ha especulado con una posible relación homosexual entre ambos. Ahora, el periodista y exasesor ministerial y exportavoz del Ministerio de Defensa francés Pierre Servent publicó una exhaustiva biografía de quien fuera lugarteniente del führer entre 1933 y 1941. El autor francés se basa en archivos históricos británicos y alemanes inéditos para relatar la vida y polémica muerte del último amigo de Hitler.

Una de las principales incógnitas que suscita el vuelo de Hess viene dada por la propia motivación del viaje. El “delfín” de Hitler debía de contar con una “conexión” británica lo suficientemente importante como para realizar un recorrido aéreo casi suicida y correr el riesgo (como ocurrió) de caer en manos de Churchill y ser considerado un loco o un desertor. Hay que recordar que entre el verano y octubre de 1940, la Luftwaffe había bombardeado ciudades y bases aéreas británicas para obligar a rendirse a los británicos, por lo que un viaje en un caza con distintivos nazis era algo más que suicida.

¿Había alguien en Inglaterra que esperaba su llegada? ¿Por qué no fue abatido por la defensa aérea? ¿Era portador de propuestas de paz que los británicos pudieran considerar seriamente? ¿Llevaba documentos en el momento de su captura? ¿Dónde está la carta al duque de Hamilton?

No hay duda de que en Inglaterra existía un grupo de altos personajes, integrado mayormente por aristócratas, que se mostraba favorable a un entendimiento con Alemania. Su objetivo era poner fin a una guerra que, además, podía acabar con el Imperio británico. Hess, además de la coincidencia con Hamilton, se había entrevistado dos veces, en 1937 y 1940, con Eduardo, el duque de Windsor, de quien era conocida su simpatía por el nazismo.

En los preliminares de la operación que culminó con el vuelo a Escocia intervinieron el profesor de geopolítica Karl Haushofer, considerado uno de los inspiradores del nazismo, y su hijo Albrecht, al parecer amigo del duque de Hamilton y protegido de Hess. Albrecht propuso a Hess en septiembre de 1940 entrar en relación con Hamilton para negociar el cese de hostilidades con Inglaterra, y el viceführer acogió la sugerencia con interés.

Poco después, Hess sugirió contactar en Lisboa con una antigua amistad de los Haushofer, la señora Mary Violet Roberts, que tenía conexiones con las altas esferas de la política británica. Roberts escribió al duque de Hamilton a través de la Auslandorganisation, una sección del espionaje de las SS especializada en operaciones exteriores, pero Hamilton no contestó, porque el mensaje había sido interceptado por el contraespionaje británico.

Impaciente por la falta de respuesta, Hess debió de informar a Hitler de sus intenciones, y aunque es probable que este no confiara demasiado en el proyecto, su lugarteniente obtuvo apoyo para realizar la empresa.

El piloto personal de Hitler le facilitó los mapas de vuelo y el propio fabricante, Willy Messerschmitt, puso a su disposición el avión más potente y rápido que poseía la Luftwaffe. Para impedir que el aparato cayera en manos inglesas, Hess decidió estrellarlo contra el suelo y saltar en paracaídas. El resto sigue estando en sombras.

Algunos historiadores británicos, como Martin Allen, han apostado por la teoría de que Hess no actuó por su cuenta y riesgo, sino que fue víctima de un complot de la inteligencia británica. La operación secreta manejada desde Londres habría hecho creer a Hitler que existía un sector del gobierno británico deseoso de negociar la paz, y en ella habrían participado Churchill y algunos miembros de la familia real británica.

Allen sugiere incluso, sin demasiado fundamento, que el “cebo” de una probable paz con los británicos fue el factor decisivo que empujó a Hitler a emprender una guerra en dos frentes (invadiendo la URSS antes de acabar con Gran Bretaña). Pero esta tesis bien podría ser una manera de atenuar el hecho de que, efectivamente, existía un “partido de la paz” en Inglaterra deseoso de llegar a un acomodo con Hitler y opuesto a la decisión de Churchill de proseguir la guerra a toda costa. Mientras tanto, y en espera de que se descorra el velo de los archivos secretos, las incógnitas siguen abiertas.

Imagen portada: Shutterstock

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