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Crónicas de Ares: Manfred von Richthofen, el famoso Barón Rojo

Por Crónicas de Ares | En tiempos en los que el desarrollo tecnológico sería determinante para aplastar a los rivales en los conflictos bélicos, aparecieron los primeros aviones de combate. La Primera Guerra Mundial sirvió de teatro para que los aeroplanos alemanes se estrenaran en el uso de armas automáticas y con ello, el protagonismo del primer as de la guerra aérea. Manfred von Richthofen, el barón alemán que pintó su nave de color rojo para intimidar a sus rivales, fue capaz de derribar 52 cazas, lo que le valió para ser uno de los primeros ídolos de las guerras mundiales. Conoceremos más de la leyenda del eternamente reconocido “Barón Rojo”.

INTERESANTE

Contexto bélico

El uso del avión en las guerras de comienzos del Siglo XX era mayormente de carácter exploratorio y para reconocimiento.

El primer uso de aviones en una verdadera guerra ocurrió en la Guerra Italo-Turca en 1911, con la Fuerza Aérea Italiana bombardeando un campo Turco en Ain Zara, Libia, y en la Primera Guerra de los Balcanes en 1912, con la Fuerza Aérea Búlgara bombardeando las posiciones Turcas en Edirne.

Inicialmente durante la guerra, ambos bandos hicieron uso de globos atados a tierra y de aviones para labores de observación, es decir para la recogida de información y para dirigir el fuego de la artillería. El deseo de prevenir la observación enemiga condujo a los pilotos de los aviones a atacar a otros aviones y a los globos, inicialmente con armas pequeñas que se llevaban en la cabina (incluso se utilizaron hasta ladrillos), pero debido a la tecnología de la época los pilotos no podían tener ametralladoras apuntando hacia adelante.

Fueron los alemanes los primeros en desarrollar el llamado mecanismo de sincronización, tecnología que acoplaba una ametralladora a un avión monomotor con configuración tractora, de tal modo que pueda disparar a través del arco de la hélice en movimiento sin que las balas impacten en sus palas.

El primer mecanismo sincronizador práctico (aunque lejos de ser fiable) que entró en servicio fue instalado en los cazas monoplanos Fokker Eindecker que entraron en servicio con los escuadrones de la Luftstreitkräfte a mediados de 1915, iniciada ya la Primera Guerra Mundial.

En la guerra

Copiada la tecnología por los británicos, se iniciaron las batallas aéreas en plena guerra, las llamadas “Peleas de Perros” o Doffight, dado que no existía ni reglas ni tácticas para estos combates. El as Alemán Oswald Boelcke creó el Dictado de Boelcke, que contenía las ocho reglas de los combates.

Justamente Boelcke fue el primer as de la aviación de guerra. Considerado el padre de la fuerza aérea alemana, fue uno de los dos primeros oficiales en montarse en aviones de combate Fokker E.I, equipados con ametralladoras frontales de fuego sincronizado. Lideró la Luftstreitkräfte hasta su muerte en combate en 1916 al chocar con el avión de un compañero. Alcanzó los 40 derribos rivales, récord de la naciente guerra aérea.

Barón Rojo, el admirador de Boelcke

Manfred Albrecht Freiherr von Richthofen (éste último, título de la baja nobleza alemana equivalente a Barón) nació en la baja silesia alemana en 1892, en una familia de terratenientes. Era común que los primeros aviadores de guerra alemanes formaban parte de las clases sociales más altas del imperio alemán, de donde además se inculcó una especie de código no escrito de humanidad y honor por los rivales en la guerra aérea. el padre de Manfred había llegado a ocupar un alto cargo en el regimiento de Ulanos Nº 12, una unidad perteneciente a la poderosa caballería prusiana.

Desde muy joven inició sus estudios militares junto con su hermano Lothar, siguiendo los pasos de su padre. Al comienzo de la primera guerra mundial, formaba parte de la caballería del ejército del imperio alemán y luego de la infantería. La guerra de trincheras era muy desanimada para su espíritu aventurero. Le aburría.

Un mes exacto después de su primer combate conoce en un tren al teniente Oswald Boelcke, el más famoso piloto de caza del momento. Fascinado, toma sin dudar la decisión más importante de su vida: se hará piloto. Así, acude al encuentro de su amigo Georg Zeumer y le pide que le enseñe a volar. Tras un duro entrenamiento, logra el ansiado título. No destacó en sus estudios.

Su trabajo aéreo lo comenzó como fotógrafo en el frente oriental. Boelcke vuelve a cruzarse en su destino. El célebre piloto visita la base de Von Richthofen en Kowel y le invita a unirse al escuadrón de monoplazas que está formando. Tres días más tarde, el futuro as volaba hacia el frente occidental con el escuadrón Jagdstaffel 2 (más conocido como Jasta 2) de la Luftstreitkräfte, Cuerpo Aéreo del Imperio Alemán.

su primer combate fue una victoria. Sucedió sobre el cielo de Cambrai, Francia, el 17 de septiembre de 1916. Durante estos primeros meses se destacó por su agudeza visual y su innato don para afrontar el peligro. Sus compañeros decían que su personalidad se transformaba cuando asumía los mandos de su avión, el obsoleto Albatros DV, del que tanto se quejó el Barón Rojo por su desempeño, a pesar que fue su compañero de victorias.

Tras la muerte accidental de Boelcke, ya el Barón Rojo acumula 8 victorias en combate. Su meta era ser el nuevo héroe nacional como Boelcke Empujado por la necesidad de aumentar su número de victorias y destacar entre los demás, pinta su avión de rojo. Fue una decisión arriesgada. Su caza rojo, que pronto se haría famoso, inspiraba temor y respeto entre sus enemigos, pero un color tan llamativo lo convertía en blanco fácil. Fue entonces cuando se ganó el sobrenombre de «Barón Rojo».

Escribe que tuneó su avión pintándolo de rojo sin ninguna razón especial –en realidad uno de los motivos fue que quedara claro quién era el autor de los derribos, para acreditárselos-y se muestra orgulloso de que le “petit rouge” o “le diable rouge”, como lo llaman los franceses, cause temor. Abona la especie (falsa) de que los británicos han creado una unidad especial para cazarlo.

Tras reunir las 16 victorias necesarias, Von Richthofen fue galardonado con la “Blue Max”, o “Pour Le Mérite”. Tan solo dos días más tarde era nombrado comandante del Jasta 11. Llegó la primavera de 1917, y con ella un auténtico calvario para los ingleses. Durante ese abril, el Barón Rojo abatió 21 aparatos enemigos, elevando su total a 52. Había superado a su maestro Boelcke (que alcanzó los 40) .Toda Alemania hablaba de él, y la propaganda de guerra explotaba su condición de héroe nacional. Su aureola brillaba de tal modo que es invitado a conocer al káiser en persona.

Unos meses después, la estructura aérea alemana cambia significativamente y el Alto Mando fusiona los Jastas 4, 6, 10 y 11 en una unidad superior denominada Jagdgeschwader I (JG I, Ala de Caza I). Bajo el mando global del Barón Rojo, esta unidad, pronto conocida como “el Circo Volante”, haría cundir el pánico entre el enemigo. Entre sus miembros ya destacaba un jovencísimo piloto llamado Hermann Göring. Circo por los colores de los aviones y su traslado en trenes, como los circos.

Escribió un libro durante su convalecencia por heridas de guerra en 1917, justo antes de volver al frente. Una bala perdida perforó su cabeza, herida de la que nunca se recuperaría del todo. La buena prensa y la leyenda de sus logros era promovida por el las fuerzas armadas alemanes como elemento propagandístico y su libro, El Piloto de Combate Rojo, tuvo un éxito rotundo el año de su publicación, en 1918, justo el año en que sería muerto en combate.

Harto de batallar, empezó a obsesionarle la muerte, y su carácter se volvió cada vez más hosco y depresivo. El 20 de abril de 1918 habia alcanzado el derribo 80, un récord extraordinario que nadie nunca ha podido igualar.

El 21 de abril de 1918, cuando aviones del Circo volador atacaron a un grupo de aviones Británicos sobre Vaux-sur-Somme en Francia, Richthofen voló bajo persiguiendo un avión enemigo, fue atacado por las ametralladoras automáticas Australianas desde tierra y por el piloto Canadiense Arthur Roy Brown, quien según las fuentes oficiales, consiguió matar al piloto alemán, aunque nuevas investigaciones apuntan a que fue el soldado de infantería australiano William John «Snowy» Evans el que disparó desde tierra la bala calibre 7,70 mm que le atravesó el torso y le mató.

Fue enterrado con todos los honores militares por los mismos británicos, quienes le rindieron tributo y le admiraban en el cementerio de la aldea de Bertangles, cerca de Amiens, el 22 de abril de 1918. En su lápida, que se encuentra en el mismo lugar donde cayó, se puede leer su epitafio: Aquí yace un valiente, un noble adversario y un verdadero hombre de honor. Que descanse en paz. Los soldados cubrieron su ataúd de flores, que fue llevado en hombros. Después presentaron armas y dispararon tres salvas en su honor.

A pesar de la admiración que generó en sus colegas, la arrogancia y deshumanidad contrastó con la leyenda que generó su vida como aviador alemán. “Soy un cazador por naturaleza”, escribe Von Richthofen en El avión rojo de combate. “Cuando he abatido a un inglés, mi pasión por la caza se calma por lo menos durante un cuarto de hora“.Y añade el barón: “Los cazadores necesitan trofeos”. Así justificaba una de sus costumbres –aparte de matar gente- que más aversión puede producir: su obsesión por recoger o arrancar elementos de los aviones que abatía, las ametralladoras, palas de hélice y sobre todo los números de identificación pintados que arrancaba con fruición de rapaz como terribles souvenirs de sus victorias. Con ellos decoró una habitación en su casa familiar.

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