Abril 02, 2018

Cuál es el sentido del sufrimiento… ¿Por qué a mí?

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Por Daniel Colombo |

«No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar superado.

Quien atribuye a la crisis sus fracasos y sus penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia. El problema de las personas y los países es la pereza para encontrar salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía.

Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque en crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla.» (Albert Einstein)

Algunas veces, frente a situaciones verdaderamente desafiantes, sobre todo en el plano de la salud, me he preguntado, y he escuchado a miles de personas preguntarse: ¿Por qué a mí?

La respuesta me la dio Mónica, hoy una amiga, antes mi psicóloga, que me llevó de a poco a transformar esa inquisidora pesadilla mental en “¿Por qué no a mí?”. Parece fácil; y sin embargo, tuve que atravesar años para darme cuenta. Es un momento en el que haces “click” y todo parece despejarse.

¿A cuántos de ustedes les ha ocurrido lo mismo, en cualquier aspecto de la vida? Seguramente, hubo circunstancias externas –y con una gran influencia de nuestros pensamientos negativos, o al menos, ‘cargados’ de una energía no tan favorable en aquel momento- que nos marcaron y nos desafiaron. Y, sin embargo, aquí estamos.

A veces, el dolor físico –por ejemplo, a través de enfermedades-; psíquico –el que viene de pensamientos recurrentes y fantasmas-; emocionales –los que devienen de la dificultad que podemos tener para perdonar, dejar ir la culpa y el resentimiento-; y de cualquier otro tipo, son grandes maestros.

Quizás podemos convenir en que los grandes saltos de crecimiento en nuestra vida (apenas “un soplo en la eternidad”, como ha definido este paso por el planeta tierra más de un pensador) han venido de la mano de grandes dosis de sufrimientos y experiencias dolorosas. De cualquier forma en que se hayan manifestado.

Los seres humanos somos extremadamente sutiles en muchos casos. Es por eso que no necesariamente llegamos a ‘manifestar’ el sufrimiento en enfermedades, depresión, adicciones o, incluso, atentando contra nuestra propia vida en muchos casos que conozco, sino que nos auto-boicoteamos.

 

Esa mirada censuradora del verdadero Ser, ese inmutable que habita dentro nuestro y que conforma lo que verdaderamente está en la esencia de cada persona, muchas veces se rebela y se manifiesta, caprichosa y constante, en una actitud adolescente que revela (acá, con v corta) nuestra propia insatisfacción sobre cómo estamos viviendo.

¿Te pasó alguna vez que quisiste tener el poder de desaparecer, o de tele-transportarte como en aquella serie y películas de ‘Viaje a las estrellas’ a algún lugar que –soñamos- puede ser el paraíso? Sin embargo, casi al instante si tenemos la facilidad de la introspección, miramos hacia dentro y nos damos cuenta (se nos ‘revela’) que escapar no conduce a nada. Apenas puede maquillar el dolor o el sufrimiento.

• En busca de sentido

Un libro verdaderamente transformador es “El hombre en busca de sentido”, de Viktor Frankl, creador de una corriente de análisis llamada logoterapia. Frankl, que estuvo muchos años en los campos de concentración, perdió a su familia –mujer, hijos y muchos amigos- en aquella horrorosa situación. Sin embargo, más allá de lo que cualquiera pudiese pensar, se enfocó en cómo sacar provecho de esa cruenta vivencia.

Es así que, mentalmente –ya que estaba imposibilitado de hacerlo de otro modo- fue repasando las conductas de sus compañeros, y la suya propia, y analizando en detalle, con su ojo clínico, los comportamientos que llevaban a que algunas personas sobrevivieran al horror, y otros no. Y cayó en la cuenta en que aquellos que más alegres estaban, que, por ejemplo, le ponían canciones a sus días aciagos o visualizaban un punto de luz blanca y pura que los rodeaba y los protegía, tenían mayores chances de seguir con vida.

La historia demostró –y el mismo Frankl lo relata en sus libros- que no todos salieron con vida; como no todos los afectados por enfermedades que comprometen seriamente la salud se recuperan. Sin embargo, una gran parte de ellos tuvieron un período más feliz, pleno y verdadero, que los demás, ahogados en el dolor, la desesperación y la falta de esperanza.

• ¿Esperanza o fe?

Desde mi perspectiva, y sin querer sonar dogmático con esto –seguramente hay tantas opiniones como narices al respecto: cada uno de nosotros tenemos una-, hay una gran diferencia entre la esperanza y la fe.

La fe la interpreto como un acto donde entregamos lo que sea (el dolor, sufrimiento, una situación, el curso de la vida) a una fuente superior, y se lo damos ‘en consignación’ para que se haga su voluntad.

La esperanza implica, además de fe, un inquebrantable trabajo interno de seguir levantándonos, pese a todo. Es, en cierto modo, adueñarnos del poder que reside dentro nuestro, explorarlo, sacarle lustre, y utilizarlo casi como un escudo protector para atravesar cualquier desafío que se presente. Incluso aquel más desmoralizante y fuerte que nos toque vivir.

 

El maestro espiritual John Roger señala reiteradamente en sus libros y materiales de estudio: “No se te da nada que no puedas manejar”. No es un concepto nuevo; está en la Biblia y otras Sagradas Escrituras de prácticamente todas las religiones. Y esta frase, corta y potente, muchas veces funciona como un recordatorio de que las cosas que nos tocan vivir y atravesar, vienen a enseñarnos algo. Son peldaños para crecer y avanzar.

¿Cómo lo vamos a hacer? Depende exclusivamente de nuestra actitud. Podemos pasar por ese puente movedizo llorando, o quizás, conscientemente, y hasta con lágrimas si es necesario, dar un paso tras otro, hasta haberlo cruzado. Cuando llegamos al otro lado, miramos hacia atrás, con compasión (con-pasión) por nosotros mismos, y nos reconocemos, amamos y aceptamos por haber dado ese gran salto en nuestra experiencia humana. Y, seguramente –como también debes haber experimentado alguna vez- nuestra vida ya no será la misma. Es por eso que recordamos estos hitos con fechas y todo detalle.

Algún desprevenido dirá que somos masoquistas: que queremos acordarnos siempre del dolor. Sin embargo –tal vez coincidas en esto- se trata, ni más ni menos, que de tener bien alto y claro un fuerte punto de referencia, para, desde ahí, proyectarnos hacia lo que sigue, sea cual fuere el curso que se nos regala en esta bendición que es estar vivos.

 

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